“De la cuna a la sepultura, dice nuestro viejo proverbio, el hombre le da color a las nubes blancas. El clavecín de nuestras costumbres se apega a las benévolas sombras, y la luz misma que proyectan los bueyes irreales del cielo confirma la fábula de nuestros horarios. He visto hace unos momentos en la ladera sur de las Montañas Verdes dos hombres que se paseaban complacidos con la continuidad del trabajo de los seres visibles; pero el dragón que los vigilaba estaba quieto, pensativo. El dragón inmóvil no es el que arroja fuego con movimientos coléricos. Del fénix de las profundas porcelanas del éxtasis no esperamos un hijo, sino la reanudación de su propio vuelo: y no lo vemos. ¿Pero acaso vemos algo? Cuando la espera provechosa se extiende por debajo de la tierra, ni siquiera vale la pena que se alcen las montañas. Sólo puede decirse la verdad, ¿no es así?”

César Aira

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