Este drama lo ha vivido cualquiera que no sea lo suficientemente obstinado. Miramos desde afuera y decimos: son reformistas, son trotskistas, son estatistas, son autonomistas o son desocupados, son de clase media. Es la noción de una desconexión que no comunica nada en nuestra existencia. Y luego estamos dentro, hablando y viviendo y encontrando variaciones, curvas, intensidades. Y ritmos y tonos y modos. Problemas y silencios y dudas. Infinidad de saberes irreductibles e ideologías locales. Después de esta experiencia, nunca podríamos usar la categoría universal sin hacer aclaraciones al infinito sobre todo lo que no dice. Tan al infinito que preferimos no usarla.
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Entonces, sólo entendemos aquella realidad que somos en una serie de conexiones. Basta como demostración el hecho de que nunca aplicamos nociones universales a nosotros mismos, o al colectivo del que formamos parte y sus actividades. Nunca tenemos una respuesta total y universal cuando se nos pregunta ¿por qué hacen lo que hacen? Infinidad de encrucijadas cercanas, de tactos intuitivos lejanos, de nudos prácticos de existencia... Esas cosas no se saben, se comunican. En todo caso, cuando damos la respuesta total y universal, sabemos muy bien que estamos mintiendo. Hay que compartir una vida para no mentir.
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