La broma infinita


Que una persona no te tiene que gustar para aprender algo de él/ella/ello. Que el aislamiento no es una función de la soledad. Que es posible enojarse tanto que realmente llegas a verlo todo rojo. Que alguna gente verdaderamente roba y que robará cosas que son tuyas. Que muchos de los adultos de Norteamérica no saben leer de verdad, ni siquiera con un equipo de ROM e hipertexto con funciones de AYUDA para cada palabra.

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Que las actividades aburridas se convierten perversamente en mucho menos aburridas si te concentras lo suficiente en ellas. Que si hay bastante gente en una habitación en silencio bebiendo café es posible reconocer el sonido del vapor que sale del café. Que a veces los seres humanos solo tienen que sentarse en un sitio y eso ya les duele. Que te importará muy poco lo que los demás piensen de ti cuando te des cuenta de lo poco que piensan en ti.
Que existe algo llamado bondad en estado puro, sin aleaciones y sin agendas. Que es posible caer dormido durante un ataque de ansiedad. Que concentrarse intensamente en cualquier cosa es un trabajo muy duro. Que la adicción es una enfermedad o una enfermedad mental o una condición espiritual (como en los pobres de espíritu») o un desorden neurológico o afectivo o de carácter, y que más del setenta y cinco por ciento de los veteranos de la AA de Boston que quieren convencerte de que se trata de una enfermedad te harán sentar y mirarlos mientras escriben la palabra DESORDEN en un trozo de papel y luego la dividen con un guión para transformarla en DES-ORDEN y entonces te miran como esperando que tú experimentes una especie de descubrimiento epifánico y cegador, cuando en realidad (tal como señala incansablemente G. Day a sus supervisores) cambiar DESORDEN por DES-ORDEN reduce una definición y una explicación a la mera descripción de una sensación, que además es bastante insípida.
Que la mayoría de la gente adicta a una Sustancia también es adicta a pensar, lo cual significa que mantienen una relación compulsiva y enfermiza con su propio pensamiento. Que el bonito término de los AA de Boston para el pensamiento adictivo es: Análisis-Parálisis. Que los gatos cogerán, de hecho, una violenta diarrea si les das leche, o sea, lo contrario de la imagen popular sobre los gatos y la leche. Que simplemente es mucho más agradable estar contento que indignado. Que el noventa y nueve por ciento del pensamiento de los pensadores compulsivos versa sobre sí mismos; que el noventa y nueve por ciento de este pensamiento sobre sí mismos consiste en imaginarse y luego aprestarse a las cosas que están a punto de sucederles, y luego, extrañamente, si dejan de pensar en eso, el cien por cien de las cosas en que ocupan el noventa y nueve por ciento de su tiempo y energía imaginando y preparándose para todas las contingencias y consecuencias que de ellas se puedan derivar, jamás son buenas. Y que, por tanto, esto se relaciona de forma bastante interesante con la necesidad de los recién llegados a la sobriedad de rezar para perder literalmente la cabeza. En pocas palabras, que el noventa y nueve por ciento de la actividad de esa cabeza consiste en acojonarse a sí misma.

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Que es imposible cazar pulgas con la mano. Que es posible fumar tantos cigarrillos que se te formen úlceras blancas en la lengua. Que los efectos de demasiadas tazas de café no son de ningún modo agradables o embriagadores.
Que casi todo el mundo se masturba.
Y parece ser que bastante.
Que el cliché «No sé quién soy» resulta ser, por desgracia, algo más que un cliché. Que cuesta 330 pavos obtener un pasaporte con nombre falso. Que los demás pueden ver en ti cosas que tú ni siquiera sospechas, incluso aunque sean estúpidos. Que se puede obtener una tarjeta de crédito de las buenas con nombre falso por 1.500 dólares, pero que nadie te dará una información sobre si este precio incluye un veraz historial de crédito y una línea de crédito para cuando el tipo de la ventanilla, rodeado de toda clase de fortachones agentes de seguridad, introduzca la tarjeta falsa en el módem de verificación de la caja registradora. Que tener mucho dinero no inmuniza a nadie contra el sufrimiento o el miedo. Que tratar de bailar sobrio es algo muy diferente. Que «cambio» es la palabra usada en las calles de Boston para la comisión del corredor de apuestas ilegales, por lo general el diez por ciento que se resta de las ganancias o se suma a tu deuda. Que cierta gente sinceramente creyente y espiritualmente avanzada cree que su Dios les ayuda a encontrar sitio para aparcar y les aconseja sobre el número de la lotería de Massachusetts.
Que con las cucarachas, hasta cierto punto, es posible convivir.
Que la «aceptación» es por lo general un asunto de cansancio más que de otra cosa.
Que gente distinta tiene ideas radicalmente distintas sobre su propia higiene básica.
Que, perversamente, a menudo es más divertido querer algo que poseerlo.
Que si haces algo por alguien sin hacerle saber a esa persona que fuiste tú y sin decirle a nadie lo que hiciste ni que fuiste tú ni de ninguna manera pretendes que se te dé crédito por ello, pues entonces lo que haces es una otra forma de intoxicación.
Que también se puede abusar de la generosidad gratuita.
Que hacer el amor con alguien que no te importa luego te hace sentir más solo que no haberlo hecho.
Que es permisible querer «algo».
Que todo el mundo es idéntico en su secreta y callada creencia de que en el fondo es distinto de todos los demás. Que eso no es necesariamente perverso.
Que acaso no existan los ángeles, pero que hay gente que podrían ser ángeles.
Que Dios –a menos que seas Charles Heston o estés confuso, o ambas cosas– habla y actúa exclusivamente por medio de los seres humanos, en el caso de que Dios exista.

David Foster Wallace


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