y dejen hablar al mar conmigo

Y si no es una piedra preciosa
sino simple arenilla
guardada a un costado
del tintero. Y si no es arenilla ni zafiro
eso que sale de mi, con pinzas,
como quien quita una piedra, airecito,
puro airecito guardado
para no respirar,
sangre y arena
en mi centro exacto,
late, molesta,
astilla de qué,
más tangible que lo que no se olvida
o se tiene.
Y si es dicha lo que he guardado,
el aire que no pudo salir
duele
en el sitio
del esternón, si es dicha pura
encerrada,
oh pedazo de mi, oh mitad apartada de mi,
si es lo que se quita, por fin
para que ría
qué alivio tendrá la dicha afuera,
qué fácil oler los tilos,
descostillarse, dejar secar la tinta.

*

Levanten sus cosas,
sus muslos firmes, el canasto cargado
hasta el tope, todo para mantener
el agua fresca y caliente la leche,
todo guardado fuera del lugar ya;
cubran a sus niños del frío
y del ocaso,
levanten las reposeras los detalles,
y dejen hablar al mar conmigo.
Las várices de las viejas
sufrientes o luchadoras o satisfechas
por lo que han hecho al cabo con sus vidas,
recójanlas
así como los hombres recogen
menudencias de su mediomundo,
eso que pescan con red,
y los bravíos que llevan el sedal lejos, lejos;
levanten
hombres morenos de vellos tan rubios, las carpas,
aten las sogas con un lamento parecido a
hoy no me he hecho a la mar, tampoco hoy, y dejen hablar
al mar conmigo.
Chicos aturdidos por esa rutina sonora,
levanten sus juegos, miren una vez más hacia la playa,
vuelvan,
vuelvan al hogar,
a la monotonía, a los detalles.
Parejas silenciosas, levántense a caminar,
a que la luna corrompa
la boca de cada cual, el pecho de cada uno,
hagan que las aguas por fin se abran,
como si nada,
levanten todo y huyan
amable, cuidadosamente
del ocaso,
de la espuma estéril que queda en la orilla,
y dejen conversar al mar conmigo.

Irene Gruss

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