Por devoción al huevo, lo olvidé

Actualidad del huevo y la gallina (III, final)

Los huevos están en la sartén, y sumergida en el sueño preparo el desayuno. Sin ningún sentido de la realidad, grito por los niños que salen de las camas, arrastran sillas y comen, y el trabajo del día amanecido se inicia, gritado y reído y comido, clara y yema, alegría entre peleas, día que es nuestra sal y somos la sal del día, vivir es tolerable, vivir ocupa y distrae, vivir hace reír.
Y me hace reír de mi misterio. Mi misterio que es ser tan sólo un medio y no un fin, haberme entregado a la más maliciosa de las libertades: no soy boba y aprovecho. Incluso, hago un mal a otros que, francamente. El falso empleo que me dieron para disfrazar mi verdadera función, bien que aprovecho el falso empleo y hago de él mi verdadero, incluso el dinero que me dan como jornal para facilitar mi vida para que el huevo se haga, pues ese dinero lo vengo usando para otros fines, y lo he cambiado en el mercado negro, desvío de partidas. Y también el tiempo que me dieron, y que nos dan sólo para que en el ocio honrado, el huevo; pues estoy usando ese tiempo para placeres ilícitos y dolores ilícitos, por completo olvidada del huevo. Ésta es mi simplicidad de agente humano.
Pero es que nadie sabe cómo se siente por dentro aquel cuyo empleo consiste en fingir que está traicionando, y que termina creyendo en la propia traición. Cuyo empleo consiste en diariamente olvidar. Ni mi espejo refleja ya un rostro que sea el mío. O soy un agente, o soy la propia traición. Pero duermo el sueño de los justos por saber que mi vida fútil no incomoda la marcha del gran tiempo. Por el contrario: parece que se exige de mi que yo sea exactamente fútil. Ellos me quieren ocupada y distraída.
Me hicieron olvidar lo que me habían dejado adivinar, pero vagamente me quedó la noción de que mi destino me sobrepasa, y de que soy un instrumento del trabajo de ellos. Pero de cualquier manera era sólo instrumento lo que yo podía ser, pues el trabajo no podía ser lo mío. Si hubiera insistido un poco más, habría perdido para siempre la salud. Desde entonces, desde esa malograda experiencia, trato de razonar de este modo: que ya me fue concedido mucho, que ellos ya me concedieron todo lo que puede concederse; y que otros agentes, muy superiores a mi, también trabajaron sólo por lo que no sabían.
Ya me fue dado mucho; esto: una u otra vez, con el corazón latiendo por el privilegio, yo por lo menos sé que ¡no estoy reconociendo! con el corazón latiendo de emoción, yo por lo menos ¡no comprendo! con el corazón latiendo de confianza, yo por lo menos no lo sé.
Pero -¿y el huevo? Éste es exactamente uno de los subterfugios de ellos: “Habla, habla”, me instruyeron. Y el huevo queda por completo protegido por tantas palabras. Habla mucho es una de las instrucciones, y estoy tan cansada.
Por devoción al huevo, lo olvidé. Mi necesario olvido. Mi interesado olvido. Pues el huevo es esquivo. Ante mi adoración posesiva él podría retraerse y no volver nunca más, lo cual me mataría de dolor. Pero si él fuera olvidado, si yo hiciera el sacrificio de vivir libre, delicada, sin mensaje alguno para mí –tal vez todavía él se mueva del espacio hasta la ventana que siempre dejé abierta. Y tal vez a la madrugada baje a nuestro edificio el huevo. Sereno, hasta la cocina. Iluminándola con palidez.

Clarice Lispector, en Revelación de un mundo

+ huevo filósofo
+Daniel Link sobre Clarice: "¿Y podría, cualquiera de nosotros, rechazar una invitación a un "Congreso Mundial de Brujería" (no importa dónde)?"

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