Pero la gallina es siempre la tragedia moderna

Actualidad del huevo y la gallina (II)

La gallina mira el horizonte. Como si de la línea del horizonte estuviera viniendo un huevo. Además de ser un medio de transporte para el huevo, la gallina es tonta, ociosa y miope. ¿Cómo podría entender una gallina que ella es la contradicción del huevo? El huevo todavía es el mismo que se originó en Macedonia. Pero la gallina es siempre la tragedia moderna. Y sigue siendo. No se encontró, sin embargo, otra forma más adecuada para la gallina.
Dentro de sí la gallina no reconoce al huevo, pero fuera de sí tampoco lo reconoce. Cuando la gallina ve el huevo piensa que está lidiando con una cosa imposible. Y de repente veo el huevo y sólo reconozco en él la comida. No lo reconozco, mi corazón late. La metamorfosis se está cumpliendo en mí: empiezo a no poder ver el huevo. Ya no logro creer en un huevo. Estoy cada vez con menos fuerza para creer, me estoy muriendo, adiós, miré demasiado un huevo y él me fue adormeciendo, hipnotizando.
La gallina no quería sacrificar su vida. La que optó por ser feliz. La que pensó que tenía plumas para cubrirse por poseer una piel preciosa, sin entender que las plumas eran exclusivamente para suavizar su travesía al cargar el huevo, porque el sufrimiento intenso de la gallina podría perjudicar el huevo. La que pensó que el placer era un don, sin darse cuenta de que éste existía para que ella se distrajera por completo mientras el huevo se hacía. La que no sabía que “yo” es tan sólo una de las palabras que se trazan al atender el teléfono, un mero intento de buscar una forma más adecuada. La que pensó que “yo” significa tener un sí mismo. Las gallinas perjudiciales para el huevo son aquellas que son un “yo” sin tregua. Pero, quién sabe, era eso mismo lo que el huevo necesitaba. Pues si ellas no estuvieran tan distraídas, si prestaran atención a la gran vida que se cumple dentro de ellas, molestarían al huevo.
Pero aún debo hablar del huevo. Y he aquí que no entiendo al huevo. Sólo entiendo al huevo roto: roto en la heladera. Y de esta manera indirecta me dedico a la existencia del huevo: mi sacrificio, es reducirme a mi vida. Hice de mi placer y mi dolor mi destino disfrazado. Como aquellos que en el convento barren el piso, mi trabajo es vivir mis placeres y dolores. Es necesario que tenga la modestia de vivir. Tomo otro huevo en la cocina, le rompo la cáscara y la forma. Y a partir de este instante exacto nunca existió un huevo. Es absolutamente indispensable que yo esté distraída. Soy indispensablemente uno de los negadores. Soy parte de la masonería de los que vieron una vez el huevo y reniegan de él como una manera de protegerlo. Somos lo que se abstienen y reniegan. Nosotros, los agentes disfrazados y distribuidos por funciones menos reveladoras, nosotros a veces nos reconocemos. Por un cierto modo de mirar, por un modo de dar la mano, nos reconocemos y a eso lo llamamos amor. Y entonces no es necesario el disfraz, aunque no se hable, tampoco se siente, aunque no se diga la verdad, tampoco es necesario.
Pocos desean el amor verdadero, porque el amor es la gran desilusión por todo el resto. Y pocos soportan perder todas las otras ilusiones. Hay quienes se entregan al amor, pensando que el amor enriquecerá su vida personal. Y es lo contrario: el amor es finalmente pobreza. Amor es no tener. Incluso amor es la desilusión sobre lo que se creía que era amor. Amor no es premio, es una condición concedida para aquellos que, sin él, corromperían el huevo con su dolor personal. Eso no hace del amor una excepción honrosa; él es exactamente concedido a los malos agentes, aquellos que perturbarían todo si no se les concediera adivinar vagamente.
A todos los agentes se les conceden muchas ventajas para que el huevo se conforme. No hay que sentir envidia, pues, incluso algunas de las condiciones, peores que las de los otros, son simplemente las condiciones ideales para el huevo.
Hay casos de agentes que se suicidan: les parecen insuficientes las poquísimas instrucciones recibidas, y se sienten sin apoyo. Hubo el caso de un agente que reveló públicamente que era agente porque le resultó intolerable no ser comprendido por el huevo y no soportaba ya no merecer el respeto ajeno: murió atropellado.
Hubo otro, también eliminado, porque creía que “la verdad debe ser valientemente dicha”, y empezó en primer lugar a buscarla (a la verdad); de él se dijo que murió en nombre de la verdad, pero el hecho es que meramente dificultaba la verdad con su inocencia; su aparente valentía era estupidez, y era ingenuo su deseo de lealtad, él no había comprendido que ser leal no es algo limpio, ser leal es ser al mismo tiempo desleal con todo el resto.
Estos casos extremos de muerte no son por crueldad. Es que hay un trabajo, digamos cósmico, que debe ser hecho, y los casos individuales lamentablemente no pueden ser tomados en cuenta. Para los que sucumben y se vuelven individuales existen las instrucciones, la claridad, la comprensión que no distingue motivos, nuestra vida humana en fin.

Clarece Lispector, en Revelación de un mundo
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