*

Al acercase a la playa cada barra se alzaba, se amontonaba sobre sí misma y deslizaba un sutil velo de agua blanca sobre la arena. La ola se detenía, y después volvía a retirarse arrastrándose, con un suspiro como el del durmiente cuyo aliento va y viene en la inconciencia.

*

Veo un aro que pende sobre mi, dijo Bernard. El aro vibra y pende de un lazo de luz.

Veo una tajada de pálido amarillo, dijo Susan, que crece y que se aleja al encuentro de la playa.

Oigo el sonido, dijo Rhoda, de gorgojeo, de un gorgojeo que se eleva y baja.

Veo un globo, dijo Neville, que cuelga en el aire, en la vertical de las inmensas laderas de una colina que ignoro.

Oigo un patear, dijo Louise. Hay un gran animal con pata encadenada. Patea, patea, patea.

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El bruto amenaza mi libertad, dijo Neville, cuando reza. Sin calor de imaginación, sus heladas palabras caen sobre mi cabeza como lozas. (...) Ahora me inclinaré a un lado, como si me rascara el muslo. Así veré a Percival. Está sentado ahí (...) Nada ve. Nada oye. Está muy lejos de todos nosotros, está en un universo pagano. Pero mira, ahora se lleva la mano al cogote. Ademanes como éste bastan para que uno se enamore de alguien desesperadamente y para siempre. Dalton, Jones, Edgar y Bateman se llevan también la mano al cogote, de la misma manera. Pero sin éxito.

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Anoto este hecho en mi bloc de notas, junto con muchos otros, para futura referencia. (...) En la página de la eme escribiré "mariposas, polvo de". Buscaré en la eme y encontraré polvo de mariposas. Me será muy útil.

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Bernard se ha ido, dijo Neville, sin billete. Ha huido de nosotros, agitando la mano. Conversaba con el fontanero o el criador de caballos con la misma facilidad que con nosotros. El fontanero sentía devoción por Bernard. "Si tuviera un hijo así", pensaba. Pero ¿qué sentía Bernard por el fontanero? ¿No sería que Bernard únicamente quería proseguir la historia que sin cesar se cuenta a sí mismo? La comenzó cuando de niño formaba bolitas con miga de pan. (...) Partimos. Bernard ya se ha olvidado de nosotros.

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(Veo peces y peces, todos apuntando con la nariz al mismo sitio, y la corriente adelantando a otra.) Canon, Lycett, Peters, Hawkins, Larpent y Neville, todos son peces en la parte central de la corriente. Pero tú te das cuenta, tú, o sea, yo, de que siempre acudes a todos los llamados (sería una penosa experiencia la de llamar y que nadie acudiera, sería algo que dejaría vacía a la medianoche, y es algo que explica la expresión de los viejos en los círculos y clubs, esos viejos que han dejado de llamar a un propio yo que ya no acude).

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Recordemos, en términos generales ha sido un buen día. La gota que se forma en la techumbre del alma, al atardecer, es de brillantes colores. La mañana: hermosa. La tarde: paseo. Me gusta vislumbrar cosas por entre los hombros de la gente. He estado imaginativo y sutil (...) Pero ahora, sentado ante este fuego gris, con los desnudos promontorios de carbón negro, me voy a formular la pregunta. Cuando llamo Bernard, ¿quién, quién? Un hombre sin edad ni rasgos determinados. Simplemente, yo. Él es quien coge el atizador y revuelve las cenizas para que caigan en chaparrón, a través de los hierros de la parrilla. "Señor", se dice a sí mismo al ver caer la ceniza, "cuidado que soy sucio".

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Sí, todo es propicio. Estoy del humor adecuado. Puedo escribir de cabo a rabo esa carta que tantas veces he comenzado. Acabo de llegar. He arrojado lejos de mi el sombrero y el bastón. Y escribo lo primero que se me ocurre, sin tomarme siquiera la molestia de enderezar la hoja. Será un brillante texto que ella debe estimar escrito sin una pausa, sin una tachadura. Mira cuán abierto es el trazo de las letras... Y aquí dejo, con negrigencia, un borrón. Todo ha de quedar subordinado a la velocidad y la despreocupación. Escribo a prisa, corriendo, en letra pequeña, dando exagerada longitud a la cola de "y" y cruzando la "t" así, con fuerza. En la fecha me limitaré a poner "martes, 17", y después un interrogante. Pero también debo dar a la muchacha la impresión de que este hombre -porque no soy yo- no sólo escribe sin dar la menor importancia a su escritura, con total desparpajo, sino también con respeto e intimidad. Debo aludor a conversaciones con ella sostenidas , referirme a alguna escena grabada en la memoria. Pero debo causarle la impresión (y esto es de suma importancia) de pasar de un tema a otro con la mayor facilidad. He de pasar del funeral en sufragio del hombre que murió ahogado (tengo una nota al respecto) a la señora Moffat , y hacerlo intercalando unas cuantas reflexiones aparentemente ocacionales pero de tremenda profundidad (la crítica profunda a menudo se escribe ocacionalmente) acerca de un libro últimamente leído, un libro un tanto raro. Quiero que la muchacha diga, mientras se cepilla el cabello o apaga una vela: "¿Dónde he leído yo eso? Ah, sí, en la carta de Bernard!". Velocidad, ardor, el efecto de plomo fundido, un fluir, como el de la lava, de frase en frase. ¿En quién estoy pensando? En Byron, naturalmente. En cierta manera, soy como Byron. Quizás un poco de Byron me ayude a entrar en calor. Leamos una página. No. Es fragmentario. Es demasiado formalista. Ahora comienzo a tomar el ritmo (el ritmo es lo principal en la escritura). Ahora comenzaré y seguiré sin detenerme, comenzaré con firme trazo...
Pero no lo consigo. Todo falla. Carezco del fuelle necesario para efectuar la transición. Mi verdadera manera de ser agrieta la que he asumido y sale al exterior. Y si corrijo lo escrito, la muchacha pensará: "Bernard interpreta ahora el papel de escritor, Bernard pienso en su biógrafo" (lo cual es verdad). No, escribiré la carta mañana. Inmediatamente después de desayunar.

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A nada debemos dar nombre, no sea que al hacerlo lo alteremos. Dejemos que todo exista, que exista esta orilla, que exista esta belleza.

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Palabras, palabras, palabras, cómo galopan....

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Yo era Byron, y el árbol era el árbol de Byron (...) Siento tu reproche. A tu lado, me convierto en un hombre desordenado e impulsivo, cuyo pañuelo está siempre manchado de la mantequilla con que untamos los bollos (...) mientras Percival se ovilla como un vasto capullo.

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Pero basta, no me escuchas. Expresas cierta protesta al deslizar, en un ademán indefiniblemente familiar, la mano sobre la rodilla. Por estos síntomas diagnosticamos las dolencias de nuestros amigos. (...) ¿Estoy en lo cierto? ¿He interpretado correctamente? Si es así, dame tus poemas. Entrégame las hojas que anoche escribiste con tal fervor de inspiración que ahora estás un poco avergonzado.

*

Has estado leyendo a Byron. Has marcado los párrafos en los que parece haber cierta aprobación de tu carácter. Al pasar la punta del lápiz por aquí, pensabas: "También yo arrojo la capa así, también yo chasco los dedos ante el destino". Sin embargo, Byron jamás preparó el té tal como tú lo haces. Llenas hasta tal punto la tetera que, al poner la tapa, el té rebosa y se derraa. En la mesa hay un charquito castaño que se va extendiendo entre tus libros y tus papeles. Ahora lo secas torpemente con el pañuelo que has sacado del bolsillo. Y después te vuelves a meter el pañuelo en el bolsillo. No, este no es Byron. Éste eres tú. Éste es tan esencialmente tú que si algún día vuelvo dentro de veinte años vuelvo a pensar en tí, cuando los dos seamos famosos, con gota e inaguantables, te veré en esta escena. Y si has muerto ya, lloraré. Cierto tiempo hubo en que fuiste un joven Tolstoi. Ahora eres un joven Byron. Y quizás llegue el día en que seas un joven Meredith. Entonces visitarás París durante las vacaciones de Pascua, y volverás con una negra corbata, convertido en el discípulo de cualquier detestable francés, entonces romperé contigo.
Soy una sola persona: yo. No suplanto a Catulo, a quien admiro. Soy un estudioso sumamente disciplinado, con un diccionario al lado, y al otro una libreta en la que anoto curiosos usos del participio pasado. Pero no se puede vivir siempre dedicado a disecar con cuchillo para mejor comprenderlas estas antiguas frases. ¿Viviré siempre así, corriendo las rojas cortinas de saga y viendo el libro, como un bloque de mármol, pálido a la luz de la lámpara?

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Y mientras tú gesticulas, con tu capa y tu bastón, yo intento revelarte un secreto que a nadie he comunicado todavía. Te pido (ahí en pie y dándote la espalda) que tomes mi vida en tus manos y me digas si es mi destino causar siempre repulsión a quienes amo. (...) Con exactitud abro un espacio en la librería y en él inserto el Don Juan. Ahí. Prefiero ser amado.

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¿Soy poeta? Tómalo. El deseo que llevo detrás de los labios, frío como el plomo, pesado como la bala, aquello con que apunto a las dependentas de comercio, a las ficciones y a la vulgaridad de la vida (porque la amo) sale disparado hacia ti cuando te arrojo -tómalo- mi poema.

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Como una flecha ha salido de la estancia, dijo Bernard. Ha dejado aquí su poema. Oh, amistad... también yo prensaré flores entre las páginas de los sonetos de Shakespeare! Oh, amistad, qué agudos son tus dardos!

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¿Somos aceptables, luna?

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Tendré riqueza. Tendré fama. Pero jamás tendré lo que quiero. En las crisis vitales suscito lástima, y no amor. En consecuencia sufro horriblemente. No sufro para convertirme en una lente, como hace Louise. Mi sentido de la realidad y de los hechos es demasiado ajustado para permitirme esos juegos malabares. Lo veo todo –salvo una cosa- con total claridad. Esto es mi salvación. Esto es lo que da a mis sufrimientos constante estímulo y vida. Esto es lo que me permite expresarme con autoridad, incluso cuando callo. Y, como sea que en cierto aspecto vivo engañado, por cuanto la persona cambia constantemente, aunque no el deseo, y en mañana alguna sé con quién estaré por la noche, nunca estoy estancado. Después de mis más duros desastres, doy media vuelta y cambio. Las piedras rebotan en la coraza de mi cuerpo. En este empeño, envejeceré.

*

Antes, cuando nos reunimos en un restaurante de Londres con Percival, todo vacilaba. Podíamos llegar a ser cualquier cosa. Ahora hemos elegido ya, aunque a veces parece que otros hayan elegido por nosotros; unas tenazas nos cogieron por la espalda. Yo elegí, cogí la vida, no por el exterior sino por la parte interna, por la fibra cruda, blanca y sin protección. Estoy obnubilado y herido por la impronta de mentes y rostros y cosas tan sutiles que tienen olor, color, textura y sustancia, pero carecen de nombre. Para ti soy solo “Neville”, y ves los estrechos límites de mi vida y la barrera que no puedo rebasar. Pero para mi soy inconmensurable, soy una red cuyos hilos pasan sin que se vea por el interior del mundo. Mi red casi no se puede distinguir de lo que envuelve. Levanta ballenas, inmensos leviatanes y blancas medusas, apresa lo amorfo y lo móvil. Aprehendo, percibo. Veo el fondo, el corazón, las profundidades. Sé cómo los amores se convierten, temblorosos, en fuego. Sé la intrincada manera en que el amor se entrecruza con el amor; el amor forma nudos; el amor los rompe brutalmente. He sido anudado. He sido roto.

*

Necesito este fuego, necesito este sillón. (…) Sí, porque en mis costumbres soy pulido como un gato. Uno debe deslizar estiletes, con precisión y suavidad, entre páginas de novelas, y atar montoncitos de cartas con una cinta de seda verde, y barrer las cenizas con una escoba hecha para limpiar el hogar. Leamos escritores de virtud y severidad romanas, busquemos la perfección en las arenas. Sí, pero me gusta poner la virtud y la severidad de los nobles romanos bajo la gris luz de tus ojos, así como los ondulantes céspedes y las brisas de verano, y las risas y los gritos de muchachos en juego, desnudos muchachos rociándose con mangueras unos a otros en las cubiertas de los buques. Pero no soy un desinteresado buscador, como Louise, de la perfección en las arenas. Los colores siempre manchan la página y encima pasan nubes. Y el poema me parece que sólo es tu voz hablando.

*

Ahora ya no necesito un cuarto, dijo Nevile, ni paredes, ni fuego en el hogar. (…) Las antiguas fuerzas corrosivas han perdido su mordiente. La envidia, la intriga y la amargura. Y también hemos perdido nuestra gloria.

*

Me acerco a la estantería con libros. Caso de elegir, leeré media página de algo que no me importa. No tengo necesidad de hablar. Pero escucho. Estoy maravillosamente atento. Ciertamente, este poema no se puede leer sin esfuerzo. La página a menudo es corrupta, con manchas de barro, rasgada y pegada con hojas marchitas, con porciones de verbena y de geranio. Para leer este poema es preciso tener miríadas de ojos, como una de esas lámparas que giran impulsadas las raudas aguas, a medianoche, en el Atlántico, cuando quizás tan sólo un puñado de algas asoma a superficie, o de repente se separan las olas, y abriéndose paso con los hombros surge un monstruo. Uno tiene la obligación de prescindir de antipatía y de celos, así como de no interrumpir. Uno ha de tener paciencia e infinito cuidado, y permitir que también que se difundan los sonidos leves, sean de las delicadas patas de la araña sobre la hoja, sea el cloqueo del agua en una irreverente cañería del desagüe. Nada debemos rechazar con manifestaciones de miedo u horror. El poeta que ha escrito esta página (la leo mientras la gente habla) se ha retractado. No hay comas ni punto y comas. Los versos no tienen la longitud que debieran. En gran parte es pura tontería. Uno debe ser escéptico, pero prescindir de toda precaución y, cuando la puerta se abre, aceptar sin reservas.
Y también, alguna que otra vez, uno debe llorar, así como limpiar sin piedad, blandiendo la afilada hoja, el hollín, la corteza. Y de esta manera (mientras hablan) hundir más y más la red, tirar suavemente de ella y sacar a la superficie lo que éste dijo, lo que ésta dijo, y hacer poesía.

*

Abro un librito y leo un poema. Un poema bastará…

Oh, viento occidental…

*

Gota tras gota, dijo Bernard, cae el silencio.
(…) Después tic, tic (el reloj), y después moc, moc (los automóviles). Hemos pisado tierra. Me levanto: ¡Lucha!, grito, ¡Lucha!

*

¿Cómo podemos luchar contra esta marea con sólo esta ocasional luz que en nosotros destella, a la que llamamos cerebro y sentimiento?
También nuestras vidas fluyen y se alejan por avenidas sin luz, más allá del límite del tiempo, anónimas. En cierta ocasión, Neville me arrojó un poema a la cabeza. Pero esto ha pasado ya.

*

Encontró una palabra, sólo una, para la luna. Después se levantó y se fue. Todos nos levantamos; todos nos fuimos. Pero yo me detuve, miré el árbol, y, mientras en la tarde otoñal contemplaba las ígneas ramas amarillas, se formó un sedimento; yo me formé; cayó una gota; yo caí, es decir, caí de una experiencia consumada, de la que había salido. Yo, yo, yo, no Byron, ni Shelley, ni Dostoievski, sino yo, Bernard. Incluso repetí mi nombre un par de veces.

*

El tiempo, que es un soleado prado donde baila una luz, el tiempo, que es tan ancho y llano como un campo al mediodía, comienza a formar una pendiente. El tiempo se adelgaza hasta formar un punto. Del mismo modo que la gota cae del vaso con un denso sedimento, cae el tiempo. Estos son los verdaderos ciclos, estos son los verdaderos acontecimientos.

*

Irrazonablemente, ridículamente, dijo Neville, mientras caminamos, regresa el tiempo. Mira este perro. Ahora trescientos años parecen menos que el momento consumido en la visión de este perro.

*

Sin embargo, la vida es agradable, la vida es tolerable. (...) La ligereza ha llegado dotada de una especie de transparencia, haciéndose invisible, y se ve a través de las cosas, mientras uno camina... Qué extraño. Y ahora ¿qué nuevo descubrimiento me espera? Y, a fin de conservar íntegramente este estado, hice caso omiso de los periódicos y fui a ver cuadros. (...) A veces voy allí, incluso ahora, para recobrar la exaltación y recobrar a Percival.

*

Pero éramos diferentes. La cera, la cera virginal que cubre la espina dorsal, se fundía en diferentes lugares, en cada uno de nosotros.

*

¿Es éste el fin de la historia? ¿Una especie de suspiro? ¿El último temblor de una ola? Tocaré la mesa -así-, y recobraré mi sentido del instante.

*

¿Cómo regresa la luz al mundo, después del eclipse del sol? Milagrosamente. Frágilmente.

*

Sí, es la eterna renovación, el incesante alzarse y caer, caer, y alzarse otra vez.

*

Las olas rompían en la playa.

*

Virginia Woolf, Las olas


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