“oh, si quedara,
madurando, dónde? Lo que ya no seríamos,
Y se pudiera dar, como un presentimiento, a quienes lo hubiesen menester
desde el río que no inmuniza, aquí…”
“¿pero quién dijo, quién,
que es de rosa, fatalmente, el regreso a las raíces?”
“Qué dices tú de esas raicillas que nacen
de otro vacío
en la desesperación de negarlo,
y permanecen, del revés, en la orilla
de Dios,
y no conocen otro vértigo
que el de ese vacío?
Pero por qué el desdén para lo que se obstina y obstina
hasta el perfume
en la subida desde las oscuridades y los lazos?
O no es el desasimiento
de lo que, a escondidas, iba echando llaves
contra lo que continuamente viene a ti
desde el frío
y te llama…
O contra la vista de tus propias lejanías,
en esos relámpagos
que precisamente te muestran a ti mismo?
Que solo ha de titilar sobre el hechizo, buscándose?
O la ironía de una fe que retrocede ante los mismos
avatares de su regreso
o de su iniciación?
O una especie de estremecimiento delante de los monstruos
y que habría que atravesar en todo caso con esa hoja que no se ve
O la debilidad, todavía, sobre los bordes de los precipicios?
Y quién dice que el amor
que trascendiera, naturalmente, la dulzura que no quiere saber
del invierno
hacia lo invisible que se deshace en una sombra
de gritos
quién dice que el amor
no sería también la asunción de la raíz o las raíces?”
“¿Qué podrías hacer, di?
Podrías acaso desenredar ese silencio
a los fines de su voz?”
Juan Laurentino Ortiz
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