(…) el mismo monograma que no significa nada que es una impostura desde el comienzo hasta el final y comienza sin embargo con la letra primera de un nombre que se fundirá sin duda con todo el alfabeto para tener algún sentido pero que hasta ahora es el mismo nombre con el que me llamaron para ir a columpiarme al jardín o para anunciarme las grandes desgracias o para amenazarme con los duendes a la hora de la siesta o para que sea yo quien diga nunca más por tres veces antes de que cante el gallo rechazando todo simulacro porque aún creo en la conjunción desesperada del sol y la luna sobre la tierra sobre la terraza donde extiendo el tarot y aparece la carta del ahorcado descifrada tantas veces para otros que sin duda son otros tantos yo con la precisión de un despertador que me arroja cada mañana a la misma condena de ir a abrir inevitablemente cuando me llaman aun cuando sienta que no hay nadie a menos que todos estemos cayendo hacia el mismo abismo del cielo.
“Mamá, papá”, grito mientras caigo. Veo los dos rostros asomados al borde de la total oscuridad. Uno avanza como una proa, a prueba de todo lo que se va, envuelto por el halo de lo irrecuperable, labrado por cuchillos que están hechos para taller la fe, borroso tras la partícula de sombra en que se rompe la luna a los veinticuatro, a los veintiocho, a los treinta y seis años. Pero mamá no es mamá. Es la semilla ignorante de mi misma. El otro huye como en una nave que se va, a prueba de todo lo que se queda, envuelto por el halo de lo inalcanzable, labrado por cuchillos que están hechos para quebrar la fe, borroso tras las partículas de luz en que se rompe el sol a los veinte cuatro, a los veintiocho, a los treinta y seis años. Pero papá no es papá. Es la semilla ignorante de otros hombres. Giro como la tierra adentro de este pozo. Algo me aspira. Subo. Mamá, papá, yo: un espléndido eclipse sobre la esperanza de la raza.
Olga Orozco, “La oscuridad es otro sol”
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