(...) Oh, esa presencia, pues, ofrecida a los caprichos
de esa criatura ebria que en este mes es la luz.
¿Juega?
Más bien se encanta sobre los dulces accidentes,
los acaricia con una dicha infinita
y se adormece sobre ellos.
Esto en las primeras horas diáfanas
pero sobre todo al atardecer.
Las colinas, entonces, atraen hacia sí a la criatura
hasta casi absorberla
con un amor al que se abandonan
pero sin perderse del todo.
(...) De un río a otro han danzado las niñas hasta Diciembre
con todas las sedas de la luz o de la penumbra o de la sombra
(...) Y continuaron medio enajenadas todavía
por lo que huía en ellas y más allá de ellas,
en secretos hondísimos de países desdoblados sólo desde el vuelo,
en noticias pequeñísimas, que se hubiera dicho ideales, de carta,
y en esa especie de dios trascendente, tan de ellas, sin embargo,
que suspendía, con todo, sobre los suyos, los países de las nubes,
y esas visitas de gloria que les tendían mísitcamente unas escalas...
(...) Dulcemente parecen siempre perdidas en un debate,
pero ahora se escuchan a sí mismas como un suave hábito
(...) buscando, aún vueltas hacia sí, inconscientemente la alegría,
"la altísima alegría que todo lo trasmina" y que les daba el cielo,
un cielo, cierto, ahora, de armas, pero de un arcángel inconstante...
Y entonces no parecen tan perdidas, en el suave debate,
ni tan inciertas en la luz que a su pesar aspiran...
(...) Pero de su fondo, de su fondo más agreste, ya habían nacido "las palabras"...
Y eran criollos increíblemente sensibles los que las iban diciendo
por las chacras y las colinas y los puestos,
la sonrisa blanca, como un honor medio oriental, bajo los árboles del corro...
Y "las palabras", en otros corros, iban a la guarda de otros dones
mancillados o destruidos por los mismos señores del "sálvese quien pueda":
de esos montes que velan en un principio todo su equilibrio,
de esos espejos de agua para los acentos nativos,
de esas arterias libres para las crecidas y su cielo original,
de esos cabellos "de parque" para, con los árboles, su humus,
contra esa muerte pajiza, rasgada, o traidoramente leve;
de las atenciones con ese humus para no fatigarlo
en sus revelaciones de jardín corrido hasta los mieces,
de las vidas todas de su seno para los ajustes sagrados,
de sus armonías en sí para el canto que sería,
y aún de los bienes dormidos que la acción unida ha de evocar
por los vínculos hallados o por los vínculos creados:
y "las palabras", "las palabras", eran las de ellas mismas, en el sentido del viento...
(...) Eran el flujo mismo del mar invisible
en esos juegos eternos hacia los lados de la brisa...
y eran sus estemecimientos, naturalmente, sutiles licuescencias...
Olas, olas misteriosas, entre un amor aún de agua...
(...) Y venía de muy lejos, además, quizás del salto indio,
y se bebía, además, quizás, en algunas dianas sumergidas...
Mas, natural y paradójicamente, a la vez, era asimismo una fuga.
Y no era difícil, en el fondo, entrar ebrio en la nada...
(...) Pero las niñas habían sentido, sí, el frío de ese baile
sobre el hilo más fino, más fatalmente fino, de la vida...
Sólo que lo gratuito, lo terriblemente gratuito, diera menos héroes que suicidas...
(...) para morir de qué? ¿de mar? en un espacio sin espacio...
(...) ¿Era la sombra y la luz, ya, en una claridad inédita?
¿Era la muerte y la vida, ya, en un amor desconocido?
¿Era la tristeza y la alegría, ya, dándose la mano?
(...) ¿No se inflaba ya la vela y no avanzaba ya el navío?
No se era otra ave de los aires, no se había dividido el átomo,
no se había seducido a las hadas de Hertz,
no se había vencido al frío en sus dominios extremos?
¿No se había fundido las cadenas seculares con la estrella de Octubre,
alta ya, muy alta, sobre los talleres y los trigos?
¿No se había tendido al horror gamado en su cubil?
¿No iba a dejar de ser una mercancía el pan, allá,
para la primera eucaristía real de una hermandad de millones?
¿No había más de un tercio de las manos humanas,
puras al fin del tráfico, en la masa de los sueños?
¿No había ya millares para dominar el egoísmo en sus más íntimas semillas,
haciendo surgir en lo íntimo las "opuestas oleadas"?
¿No era ya la nueva conciencia una unidad libre de azucena,
y, oh sorpresa de los tiempos, no se estaba ya en "la revolución por la delicadeza"?...
Y celestes, celestes, en las iniciales horas satinadas con fondo de miosotis,
llegaban de celeste anochecido a la orilla del río,
bajo la mirada que no moría, ah, que no moría, del cielo
con un oriente pálido y vago de no se sabía qué luna...
Y más celestes aún, como una música por encima de su mismo espacio nocturno,
flotaban ya, dulcemente, en una mañana de calandrias,
pero más allá de las calandrias y de la danza que decían,
era aquel cielo accesible, al fin, abriendo, con ellas, la ronda del gran día....
Juan L. Ortíz, fragmentos del poema Las colinas, de En el aura del sauce
+ no olvidés que la poesía, si la pura sensitiva, o la ineludible sensitiva /es también, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin
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